Dijo que quería un hombre.
Pero mintió.
Quería un espejo.
No un líder.
No un retador.
No un constructor.
Una reflexión.
Alguien que se haga eco de sus creencias, halague sus heridas, amplifique su vanidad y nunca perturbe su caos.
No quiere la verdad, quiere un acuerdo.
No quiere fuerza, quiere suavidad sin espina dorsal.
No quiere paz, quiere aplausos disfrazados de "alineación".
Esta es la nueva hambre femenina
No por polaridad, sino por obediencia.
No para la dirección masculina, sino para la duplicación emocional.
No para que la ancle una tormenta, sino un charco en el que chapotear.
Afirmará que quiere crecer.
Ella usará las palabras: "curación", "energía", "vulnerabilidad".
Pero fíjate en su cara cuando le digas que no.
Observa sus ojos cuando tu verdad no halague sus sentimientos.
Vigila la retirada cuando tu armazón masculino no se doblegue.
Porque nunca se trató de crecer.
Se trataba de control.
Te quería como un selfie sin filtro.
Un anillo luminoso emocional
Una cámara de eco en forma de alma.
Pero no naciste para reflejar su tormenta.
Naciste para soportarlo.
Un hombre no es un espejo.
Un hombre es una montaña.
No cambia de forma según quién lo mire.
No se atenúa para ser digerible.
No se disculpa por no ser fácil.
Y si se va cuando dejes de avalar su colapso, déjala.
Usted no es su terapeuta.
No eres su reflejo.
Tú no eres su hijo.
Tú eres el sol.
Irradias a pesar de todo.
Mantienes tu eje mientras los demás giran.
Deja que persiga el espejo.
Estás encendiendo el fuego.
Y ella lo verá.
Cuando el reflejo finalmente se rompe.